De eso hace ya un tiempo. Dos años después Lis me lo presentó en una fiesta. ¡Coño! pensé, menuda casualidad.
Nos hicimos íntimos, proyectábamos grandes viajes siempre que compartíamos una curda. Tenía la sensación de compartir con él algo que me resulta muy complicado expresar, la sensación de no tener que decir nada para comunicarnos, como si en su cabeza existiera un espacio para guardar las mismas cosas que yo guardaba en la mía pero jamás contaría a nadie.
Creo que mientras hablaba con Lis no llegué a experimentar verdaderos celos de Leonard, y me parecía estúpido el sentirlos, pero algo más me confundía en el momento y era el presentimiento de acabar resultando trágico a los ojos de Lis – nada dada a este tipo de espectáculos – al explicarle que estaba en la calle y peor todavía, que no disponía del animo necesario para cambiar nada por el momento. No quería que pensará que había ido a su casa para buscar cobijo por un par de días – aunque en el fondo deseaba que ella me invitara a pasar al menos esa noche -; pensé que no sería capaz de explicarle aquello sin que se viera obligada a invitarme. Estaba convencido, además, de que insistiría en que buscara un trabajo y una habitación, yo pensaría que en el fondo tenía razón pero no se la daría y acabaríamos discutiendo, la posible escena se me iba apareciendo como un papel que sale de la impresora tramo a tramo. Hay dos cosas que me quitan las ganas de follar: hablar de trabajo y discutir. No estaba dispuesto. Esta idea, que al mismo tiempo valoraba como una idiotez, era la que me guiaba.
De modo que resolví no decir nada más respecto a mis últimos días, con lo del gato ya estaba bien. Vimos un par de pelis de los Hermanos Marx, a Lis le encantaban. Tenía varias y las veía todas al menos una vez al mes, a mí aquello no me parecía muy sano pero pocas cosas me lo parecían por aquel entonces, es la verdad, no le daba importancia. Tenía ventajas además: como se las sabía de memoria – también yo, como era de esperar después de haber vivido con ella durante dos meses, ocho meses atrás – casi siempre acabábamos follando antes de que acabaran o en las partes que nos aburrían. Y así fue, nos corrimos juntos a la mitad de ‘Una tarde en el circo’, como al final de un cuento que ya has leído muchas veces.
Después de cenar me despedí. Ya en la calle me sentí terriblemente estúpido por lo que acababa de hacer, definitivamente hay veces que no hay manera. Con lo bien que estaría con ella, en su cama, aquello podría haberme curado, quien sabe. Ahora estaba en la calle pensando cómo podía alguien llegar a ser tan imbécil. La cabeza más destacada en la verdadera ciencia de la estupidez, lista para caminar de vuelta al parque, a seguir durmiendo en soledad. Creo que a veces las ideas se arremolinan en espirales que no podemos abarcar, eso es todo, ya no depende de nosotros entender o no entender; me gustaría poder pensar eso, poder creerlo y decirme a mí mismo que en el fondo no tenemos la culpa de todas nuestras malas decisiones. Comencé a caminar, los coches pitaban frente al semáforo abierto.
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