Porrusalda

Páginas arrancadas del diario de un reptil (8)

            Vi a Leonard por primera vez en unos San Fermines, fui para allí con Marino y la chica de Marino, había vivido con ellos un tiempo atrás y nos juntamos con la intención de darnos un buen festival. No recuerdo muy bien cómo fue la cosa pero nos cruzamos con la típica atracción consistente en un par de tablones con clavos dispuestos a lo largo, unas patas para sujetar las tablas a una buena altura y un letrero cutre y nada más exceptuando las botellas de whisky en las que consistía el premio por hundir uno de aquellos clavos romos de un solo golpe.  Apalancaban el material en cualquier esquina – y en San Fermines hay esquinas imposibles –  y previo pago de 300 pesetas el martillo empezaba a caer con obstinación, pasando de una mano ebria a otra, como si realmente fuera el martillo quien dirigiera a los demás y no al revés, borracho él también, el martillo loco, ebrio de noche y de tumulto.

            Los pocos que acertaban en el clavo apenas lo hundían más de la mitad de su longitud, y eso que los más brutos eran los más ansiosos por probar. Empezó a clarear y los camiones de basura ya transitaban cuando un chaval de unos diecisiete años empujó el clavo hasta no dejar ni un dedo entre la tabla y la cabeza. Lo había conseguido, lo había clavado el muy jodido. Parece ser que el dueño del negocio tenía como reto no “regalar” ninguna botella en toda la noche y se empeño en que todavía sobresalía un poco; frente al él solo quedaban el chaval y los tres tipos que le habían pagado el intento, Leonard uno de ellos, además de Bea y Marino, con los que observaba la escena a unos diez metros, charlando junto a una pared. El chico no decía nada pero a Leonard y sus amigos aquello les pareció una desvergüenza. Como supe más tarde Leonard tenía un concepto muy elevado de la justicia. Insistieron en que le diera la botella al chico pero el dueño no tenía pinta de ir a soltar nada por las buenas. Mientras discutían un camión de basura pasó junto a ellos y sin llegar a decir nada Leonard cogió las tablas y las tiro dentro. Luego fueron las patas, y bueno, así fue como le conocí. 


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